05/06/2021
Por: Nicolás Llorente
Insta: @Nicogllor
Desde la llegada del uribismo al poder hace casi 20 años, el país ha vivido los capítulos más obscuros, tenebrosos, paradójicos y extremadamente violentos de la historia contemporánea colombiana. Recordemos que antes de la llegada de Álvaro Uribe Vélez, la política electoral tradicional era repartida entre liberales y conservadores y con la llegada del liderazgo nefasto del caudillo se arrastró toda la secta de extrema derecha después del fracaso rotundo del proceso de paz del Caguán en cabeza del ex presidente Pastrana (unos de los presidentes más ineptos que haya parido este país, sin duda compitiendo con Iván Duque en falta de liderazgo eh incapacidad y ineptitud absoluta). Como consecuencia de ese fallido proceso, la Farc EP en aquella época no quería ni deseaba la paz y mucho menos pactarla; el mismo Iván Marulanda, alias Tiro Fijo como su cabecilla, decidió no sentarse a hablar y mucho menos a negociar o llegar a un acuerdo con el gobierno para cooperar y lograr frenar la confrontación armada, lo que fue una vergüenza nacional y un golpe durísimo para el entonces gobierno de pastrana; aquel evento es conocido como la «Silla Vacía», una absoluta burla para el país, una falta de interés y un error histórico de parte de las FARC EP, que constaría miles de vidas, víctimas y sangre derramada. A demás, llevó el poder a la más violenta, sanguinaria y reaccionaria facción de la extrema derecha, que prolongaría el conflicto armado muchas décadas y marcarían el periodo más obscuro de la historia política contemporánea de Colombia, en menos de 10 años; una historia llena de muertos y de víctimas, acostumbrando a su sociedad a la barbarie, a la exclusión y la miseria extrema que hoy en día, es más nítida que nunca desde la llegada de Álvaro Uribe Vélez al poder.
Después de la desilusión por la paz fracasada, sucedieron a lo largo y ancho de 8 años un sinnúmero de hechos aberrantes, degradantes y abiertamente inaceptables, sin duda contradictorios y paradójicos que fueron fundamentales para entender el surgimiento uribista en el poder: primero la negativa de reconocer el conflicto entre guerrillas insurgentes y el estado como un claro conflicto armado y darle un tratamiento terrorista, lo que fue una lógica retorcida, filosófica y anti comunista del enemigo interno, la cual nunca pudieron derrotar ni las guerrillas… fenómeno conocido por los expertos como un «empate técnico negativo»; otro capítulo obscuro, aberrante y me atrevería a decir que el peor de todos fue el de las ejecuciones extrajudiciales, hoy ya con una cifra constatable por la JEP de 6.804 jovencitos civiles que fueron cobardemente ejecutados por las fuerzas militares de manera violenta y sanguinaria para hacerlos pasar por guerrilleros y contabilizarlos como bajas en combate, que posteriormente fueron intercambiados como beneficios y privilegios para los militares, pero más allá se pretendía reflejar la falsa idea de que el gobierno combatía y daba de baja a los «insurgentes armados» o las «guerrillas» y presentarlo como un logro, hoy bien conocido como «seguridad democrática». Y ni hablar de los múltiples escándalos de corrupción a lo largo y ancho de su nefasto gobierno, las interceptaciones del DAS, la persecución a la oposición política y a las altas cortes, sumado al empoderamiento paramilitar subterráneo que persiste hoy en día y que hoy resurge como respuesta a los manifestantes y las protestas…. y la cereza del pastel, algo poco recordado en la opinión pública: el único presidente que se atrevió a manosear la constitución y reformarla para su beneficio personal fue Uribe, creando para él mismo la figura de la reelección presidencial, lo que le permitió tener un segundo periodo de mandato; pero no contento con esto, buscó una nueva reforma constitucional para tener un tercer periodo presidencial, el cual fue interceptado y rechazado por la corte constitucional de entonces y sin candidato a la vista, pero con un enorme caudal electoral, una popularidad sin precedentes, las masas incautas e ilusionadas, engañadas y como ovejas obedientes ya sin posibilidad de elegir al mismo, el elegido y el ungido sucesor fue el ex ministro de defensa Juan Manual Santos, escogido con todo el caudal electoral uribista. Así logro hacerse con la presidencia en el 2010, sin embargo, nadie sospechó que Santos tomaría sus propias riendas y en un acto de valentía se desligó del mismo Uribe y su sombra, tomando decisiones propias en un gobierno con baja popularidad, pero con altas dosis de mermelada y corrupción sistémica, manteniendo más de lo mismo con algunos cambios sustanciales.
La gestión más notoria de Santos en la presidencia, fue adelantar el proceso de paz con las FARC y terminar con más de 50 años de conflicto armado, transformando en ‘comunes’ partidos políticos legales, a la anterior guerrilla. Sin embargo, el uribismo con partido político propio (Centro democrático) y como oposición al entonces presidente Santos, se convirtió en una pesadilla y un palo en la rueda para el curso del proceso de paz y como consecuencia de engaños, mentiras, rabia y odio, Santos perdió el plebiscito por la paz en el 2016; esto le dio oxígeno y votos al uribismo para hacerse con un candidato débil, maleable, sin pasado obscuro, que le lavara la cara a la secta, sin duda alguna incapaz, sin personalidad, sin el carácter suficiente para ser presidente y mucho menos para gobernar y con todo el caudal uribista y con altas probabilidades de fraude electoral Iván Duque logró hacerse con la presidencia. Uribe, nuevamente victorioso, sabía perfectamente a quién escogía y que él mismo gobernaría el cuerpo ajeno, es decir el uribismo como proyecto político, anacrónico, retardatario, abiertamente antidemocrático y fascista que condujo a la sociedad al desequilibrio e inequidad social, profundizándola y perpetuándola; actualmente ese mismo proyecto político en cabeza de Iván Duque radicalizó el deterioro por cuenta propia, sumado a la crisis del covid-19 y la carencia de un plan de vacunación serio, más el cinismo absoluto de presentar una reforma tributaria precisamente a quienes había golpeado la crisis… Lo que produjo un estallido social sin precedentes acorralando, desprestigiado, destruyendo y haciendo trizas al propio partido de Uribe; mientras el país se encuentra sumido en el hambre, la muerte y el caos.
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La estrategia del uribismo de no negociar con el paro, se traduce como una prolongación del caos hasta el 2022, con un fin electoral perverso y siniestro: esperar que el paro se alargue y pierda lentamente apoyo popular, para que sectores de clase media y clase media alta, resentidos y agotados, voten masivamente por ellos y sus propuestas absurdas de resolver la crisis económica, la crisis de salud pública o siquiera llegar a un acuerdo con el comité del paro.
Mientras tanto, los jóvenes en las calles siguen resistiendo y el uribismo empieza a tener una imagen decadente: la popularidad electoral del centro democrático disminuye, al igual que la confianza de la ciudadanía. El uribismo y su cabecilla se notan aterrados, en crisis, en cenizas, en su etapa de decadencia y autodestrucción, a punta de represión, autoritarismo y violencia directa; entra en su posible etapa de colapso final. no antes sin incendiar el país y llevarse todo por delante con violencia y sangre. Sin embargo, ya no hay duda que finalmente, desde hace meses vivimos en el posuribismo.